Aunque en ocasiones no somos conscientes, con cada paso que damos en este mundo digital estamos generando un rastro. En las redacciones lo deben tener muy claro y comenzar a enseñar a sus periodistas a proteger sus informaciones. Por ello, iniciativas como Strongbox de The New Yorker me parecen una buena noticia. Se trata de un proyecto construído sobre Tor que constituye una vía para que las fuentes se puedan comunicar con los periodistas de manera totalmente anónima. Un proyecto que nació de la mano de Aaron Swartz, el conocido ciberactivista que se suicidó hace sólo unos meses.
De esta manera, Strongbox se convierte en una oportunidad para The New Yorker de mejorar y aumentar el volumen de sus investigaciones. Sí, podemos abrir en este punto el semptinerno debate del peligro de las fuentes anónimas y la posibilidad de la manipulación interesada de la información auspiciada por ese anonimato. No confundamos el debate (razonable) sobre un concepto (el anonimato de las fuentes) y lo llevemos a cuestionar el medio (Strongbox).
El debate no debe estar tanto en si permitimos canales anónimos de este tipo sino en la responsabilidad del periodista a la hora de tratar las fuentes anónimas y comprobar todo; ya que éstas deben ser sólo una alerta que desate las investigaciones con las que conseguir los hechos contrastables que luego se publiquen. Pero, lo dicho, eso es otro tema.