Cuando tenía 10 años…
… pasaba horas en mi habitación. En ese momento yo no era consciente, pero estaba intentando decidir qué quería ser de mayor. Comencé recortando los periódicos que mi padre compraba y creaba lo que pensaba que algún día sería el archivo de referencia sobre la historia del Real Madrid. Ambicioso que es uno.
Como con esa edad lo que te sobra es tiempo, no tardé en comenzar a escribir periódicos sobre lo que me rodeaba. Yo era todo. Maquetaba las páginas con mi regla, ilustraba las páginas con mis más que prescindibles dibujos y escribía las secciones en que, por aquel entonces, se trataban los temas más importantes para mi planeta. Lo tenía muy claro, iba a ser periodista.
Cuando tenía 18 años…
… me cambié de habitación (y de ciudad). Llegué a la universidad y continué escribiendo. Llegó Internet a mi vida y durante un tiempo mantuve tres blogs con un envidiable nivel de actualización. Escribía de Fórmula 1, de cine y de periodismo.
Sin embargo, lo más importante que me pasó mientras estudiaba fue la oportunidad de conocer alguna redacción, en especial la de «El Faro de Cartagena«. Allí aprendí lo poco que realmente sé de este mundillo. Dejé de lado el deporte y comencé en el universo del periodismo local. Estar cerca de la gente y contar sus historias. No entiendo como tardé tanto dar ese paso, nunca se me dieron bien los deportes. Esa redacción está ahora vacía, como tantas otras. Yo salté del barco cuando ya comenzaba a cobrarse mal -y tarde, muy tarde-.
No tardé en hacerme mayor de golpe. Fue el día en que me colocaron una beca gris, me dijeron que ya era periodista y que no hacía falta que volviera a la universidad al día siguiente. ¿Cómo? ¿Así sin más? ¿Y qué hago yo ahora los jueves por la noche?
Cuando tenía 22 años…
… me ofrecieron la oportunidad de pasarme al lado oscuro de la comunicación, el de la comunicación corporativa, y mudarme a Barcelona. Como toda tentación que se precie, dudé mucho en aceptar. Fue una decisión que me cambió, pero tan poco a poco que ni me di cuenta. Primero dejé de escribir de Fórmula 1. Después abandoné el mundo del cine. Sólo aguantó el periodismo, aunque a duras penas.
Ayer cumplí 27 años…
… y ya no paso tanto tiempo en mi habitación. Ahora centro mi día a día en la gestión de personal, la creación de nuevas líneas de negocio, la formación en el ámbito de las redes sociales y la planificación estratégica del uso de «lo digital» para organizaciones. Cosas que me gustan, me dan de comer y, encima, quedan bien en una tarjeta.
Veo la foto que mi madre tiene en el salón del día que me pusieron esa beca gris. Poco queda de aquello. Ya tiré aquel archivo de recortes de periódico que prometía ser enciclopédico en una de mis mudanzas. En mi última casa lo que se apilan ahora son los vinilos de la música que no puedo sacar de mi cabeza, las botellas de vino y ginebra (vacías) que han marcado los momentos que hay que recordar y más revistas y libros de los que me da tiempo a leer.
Ya no dedico el tiempo que dedicaba antes al deporte ni a la información local. Ahora paso más tiempo leyendo sobre gastronomía, vino y otros placeres. No sé si será reflexionando sobre estos temas, sobre lo poco que sé de la vida o las cuestiones que suelen tratarse en este pobre blog, que lleva años arrastrándose. Lo que sí sé es que quiero volver a escribir.