Empezó trabajando después de terminar una carrera en la que aprendió cuales eran los mejores ladrillos, el mejor cemento y la mejor técnica de construcción. Algunos de sus compañeros ni tan sólo pudieron estudiar. Otros estudiaron para jardineros, futbolistas o nada. Dio igual. En la obra no se utiliza ni el mejor material ni las mejores herramientas. Su trabajo se corresponde con el de un oficial, pero su empresa le paga como aprendiz. Cada día hace de dos a tres horas de más. Las horas extras las dejó de cobrar, son un regalo para la empresa. A veces incluso hace de jefe porqué debe lidiar con los proveedores que se niegan a dar más material porqué no cobran o atiende las reclamaciones de los clientes a pie de obra porqué nadie se quiere responsabilizar. Otras veces instala material defectuoso aunque sepa que no es lo que dice la memoria de acabados, ni su propia ética. Al principio puso los azulejos de un piso, pero ha acabado reparando grietas, colocando los lavabos o instalando las luces. Nunca tiene tiempo de aplicarse en lo que aprendió. Su empresa vende la mejor calidad, él es consciente que sólo hace chapuzas. A veces aparece el primo del jefe –un maestro, un médico o un político, da igual– metido a albañil en horas libres. Pinta una pared y pone su firma a toda la obra. El lunes se celebró Jornada Europea de Movilización contra la precariedad laboral de los periodistas. Suena bien, pero pasó desapercibida para la mitad –o más–. Los mismos que están en precario.
Interesante relato de Jesús Badenes sobre la precariedad laboral del periodista