Es el mantra que repite John McClane durante su último viaje mientras cose rusos a balazos y lo que pensé al levantarme ayer de mi mesa. Como la mitad del país, unos de manera forzada y otros porque en mayor o menor medida lo merecen, estoy de vacaciones. Y eso hay que celebrarlo, que en esta casa somos muy de celebrar. Celebrar alejándome del día a día para tomar aire, pero sin alcanzar niveles extremos. El iPhone bien cargadito en el bolsillo, que hay muchos momentos que inmortalizar -y compartir- y muchos amigos a los que localizar.
Es momento de darle prioridad a la nada. No planear nada. No pensar en nada. No preocuparse de nada. Aunque, a su vez, es el momento del todo. Pasar todo el tiempo posible con los míos. Correr todas las aventuras posibles, aunque sean en el bar de la esquina. Eliminar de mi lista de pendientes todas las series y películas que consiga. Deambular todas las tardes entre la playa y la piscina. Leer todos los libros y revistas que quepan en mi Kindle y en mi maleta. Echar al estómago todo lo que me apetezca. Apurar todas las copas apurables -y, las que no lo son, también-.
A fin de cuentas, hacer todo lo que Holden dicta en su lista de tareas para el verano -que jodidamente bien hilvanados le salen estos alegatos a la vida, todo sea dicho-. Yo también soy así, sólo que él lo explica mejor.
Y una cosa más os voy a decir. Las vacaciones son el momento ideal para hacer algo que no se nos debe olvidar hacer tampoco el resto del año, cantar a la vida y bailar como si no hubiese mañana. En pubs de medio pelo o en barbacoas sin fin. Al atardecer en la calle de camino a esa cena con amigos que hace meses que no se ha podido celebrar o al amanecer en una playa mientras te das cuenta que la distancia entre la borrachera y la resaca es mucho más corta de lo que recordabas. Cantar y bailar. Aunque no tengas ni puta idea de hacer ninguna de esas dos cosas.
En septiembre, veremos todo lo que me ha dado tiempo a hacer. Eso sí, tendré que explicarlo rapidito y de manera concisa, no vaya a venir Arcadi para cerrarnos el chiringuito por morcillones.